miércoles, 3 de diciembre de 2008

Los mayores errores de la medicina del siglo XX (parte I)

Es indudable que la medicina científica progresa y evoluciona cada vez más rápido y los resultados pueden apreciarse en la población: El pronóstico de las enfermedades cardiovasculares, cáncer o SIDA nunca había sido tan favorable. Gente que hace unas décadas estaría condenada a una muerte segura, puede ahora superar su enfermedad. Las infecciones han pasado a un tercer plano gracias a su control en los países desarrollados. La esperanza de vida en algunas regiones nunca había sido tan alta en toda la historia de la humanidad. En los albores de nuestra especie, pocos eran los elegidos que podían llegar más allá de los 30 ó 40 años. En la actualidad, en países como España o Japón la esperanza supera los 80 años.

Pero no es oro todo lo que reluce. La medicina, como la ciencia, no es infalible. Aunque la medicina vaya desarrollándose en conocimientos y tratamientos, no está exenta de errores. Errores de los que se termina aprendiendo pero que llevan a la muerte o al perjuicio de los pacientes cuando éstos aún no se han corregido. Y nunca podemos estar 100% seguros de que no se vayan a cometer. Ante esa incertidumbre que se asienta en los límites de la ciencia o la experiencia no hay más respuesta que la modestia y la humildad. Y, para ello, nada mejor que conocer los grandes errores del siglo pasado junto a una pregunta tan molesta como necesaria: ¿Podríamos caer nosotros también en errores de tal magnitud?

Las recomendaciones tabacaleras de los médicos (1920-1950)

La archiconocida frase "Las autoridades sanitarias advierten..." no siempre estuvo puesta en las cajetillas del tabaco. Hubo una época, casi un siglo atrás, donde los médicos no sólo no criticaban ni prohibían el tabaco a sus pacientes sino que lo recomendaban para algunas dolencias e incluso se utilizaba la figura del médico para hacer publicidad. Era la época en la que los médicos fumaban Camel o cualquier otra marca, la que mejor pagara por la publicidad. Eslóganes hoy inimaginables para el tabaco se presentaban en revistas y televisión: «Cuida tu salud, fuma Chesterfield», ‘L&M, justo lo que el médico te mandó». La prostitución tabacalera de los médicos expandió el consumo de esta droga cancerígena.

No fue hasta más adelante de los años 50 cuando cada vez más estudios demostraron de forma rotunda la relación entre el tabaco y el cáncer (amén de otras muchas enfermedades) y entonces los anuncios favorables se fueron retirando progresivamente para sustituirlos por otros más realistas: "El tabaco mata". Pero para entonces el daño ya se había hecho y miles de personas ya eran adictos a una sustancia que creían beneficiosa, en parte, por la publicidad que habían hecho de él los médicos.

La técnica del picahielo (1945-1980)

Freeman fue el inventor de esta "gloriosa" técnica de psicocirugía con la que se trataba de realizar la destrucción de la corteza prefrontal, lo que recibe el nombre de lobotomía. Según el médico, era útil para tratar una amplia variedad de trastornos mentales o aquello que se saliera de lo normal en la época: La depresión, la neurosis, la esquizofrenia, la homosexualidad (por aquel entonces era considerada una enfermedad), la ansiedad...

El nombre de la técnica del picahielo no era precisamente por azar; literalmente, la lobotomía se realizaba con un picahielo. El doctor Freeman, con un picahielo en una mano y un mazo en otra, clavaba el primero a través de la zona interna y superior del párpado (vía transorbitaria) hasta llegar al lóbulo prefrontal. Una vez que el picahielo estaba dentro de la corteza prefrontal, empezaba a girarlo a un lado y otro para destruirlo, todo esto sólo bajo anestesia local y en cualquier consulta. Tan sólo eran necesarios unos pocos minutos para realizar esta lobotomía y los pacientes podían volver a casa al momento.

¿Cuáles fueron los verdaderos resultados? Las personas adquirían un comportamiento similar a la que vemos en los zombis de las películas. Parcial o totalmente indiferentes al mundo que les rodeaba, con una pasividad extrema. Pero eso para Freeman era lo de menos, ya no había neurosis, ni ansiedad ni estados de agitación. ¿Cómo iba a haberla si había convertido a muchos de sus pacientes en unos «vegetales» mentales?

El júbilo del doctor y la publicidad de esta técnica hicieron que se realizara a miles de personas por todo Estados Unidos. Incluso llegó a viajar por Estados Unidos en un vehículo al que llamó cariñosamente «Lobotomóvil». Freeman, tenía carisma y lo sabía, su método fue anunciado a través de la televisión, por el boca a boca, en periódicos… Se llegaron a realizar más de 5.000 lobotomías sólo en EE. UU. La gente acudía haciendo cola para que se la realizasen. Imagínense la escena de un doctor clavando picahielo en serie, una persona tras otra. Sólo se me ocurre una palabra para ello: Dantesco.

Gracias al desarrollo de la Clorpromazina, que permitió tratar con fármacos a esquizofrénicos y otros trastornos psiquiátricos, esta locura terminó. Más tarde, se demostró que la lobotomía sólo tenía una efectividad del 10% y unas secuelas irreversibles en la mayoría de las personas. Lo que no sirvió para enmendar el Nobel de Medicina de 1949. Posiblemente el Nobel más vergonzoso de la historia de la medicina, dirigido a Egas Moniz, por ser el pionero de una técnica que logró más trastornos que curaciones, la lobotomía prefrontal.
Vía: Soitu.

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